Pasta
de Conchos, vergüenza histórica
Napoleón Gómez Urrutia
En Chile rescatados, en
México abandonados
Hoy se cumplen siete años más de impunidad, abandono y agresión
que Grupo México cometió en contra de los 65 trabajadores mineros caídos en la
mina 8 de Pasta de Conchos, municipio de San Juan de Sabinas, Coahuila. Una
tragedia que ha mostrado la complicidad evidente y la corrupción de políticos y
burócratas para proteger un caso claro de negligencia criminal de Germán
Feliciano Larrea Mota Velasco y su empresa, los cuales se han comportado con
absoluta perversidad, irresponsabilidad e indiferencia.
El mundo recuerda el éxito que los mineros de Chile tuvieron en
octubre del año 2010, al rescatar con vida a 33 trabajadores atrapados a 750
metros de profundidad en San José de Copiapó, después de 69 días de que ocurrió
el derrumbe de la mina. En México no se olvida el coraje y la tristeza ante la
explosión de la mina de carbón de Pasta de Conchos, donde Grupo México, Vicente
Fox y Larrea abandonaron a los 65 trabajadores atrapados a sólo 120 metros de
profundidad, al quinto día de una simulada escenografía de rescate. Fox, Francisco
Javier Salazar, entonces secretario del Trabajo, y principalmente Germán
Larrea, decidieron cerrar la mina a los 5 días de la catástrofe, sin saber sí
los mineros estaban con vida o sin ella. Todo con la intención de ocultar las
causas que motivaron la tragedia, es decir, la negligencia criminal y la
arrogancia e irresponsabilidad con que Grupo México, directivos, socios y
cómplices han actuado y se han mantenido en la penumbra.
El Homicidio Industrial que se cometió allí sigue sin
investigación y sin castigo para los responsables. Una vergüenza histórica que
el Sindicato denunció en muchas ocasiones y que no debe continuar más, porque
daña la imagen de México y revela una red de protección ilegal y absurda que
denigra al sistema de justicia mexicano. Un país sin estado de derecho, es un
país sin futuro, que va al fracaso. El absurdo es que durante 7 años se ha
degradado la posición de respeto hacia México en el panorama político y
jurídico internacional, sólo para proteger a un pequeño grupo de empresarios
encabezado por Larrea, que no valoran ni respetan la vida ni la salud de
sus empleados y trabajadores.
Ese deprimente papel de perversidad, abuso y corrupción que ese núcleo le ha
impuesto a nuestro país, no se lo merecen México ni los mexicanos. La cobardía
de ese grupo no puede representar ni transmitir la imagen de una nación
integrada en su mayoría por gente decente.
La clase trabajadora y las familias esperan que el actual
gobierno anuncie las tareas de recuperación de los cuerpos abandonados, 63 de
ellos, en el fondo de la mina. Que se abra una investigación para determinar
las causas del siniestro y se castigue a los responsables del nivel que sean y
que se obligue a Grupo México a indemnizar con dignidad y justicia a los
familiares de los mineros caídos en ese terrible y denigrante crimen.
Hoy debemos recordar que ni Germán Larrea, ni los expresidentes Vicente Fox y
Felipe Calderón, ni el titular del Trabajo de este último, el nefasto Javier
Lozano Alarcón, se presentaron jamás a la mina para ordenar y vigilar que se
realizaran las tareas de rescate, ni siquiera para dar el pésame y los apoyos
necesarios a todos los afectados por esa explosión, producto de la avaricia, la
ambición, la arrogancia y la negligencia criminal.
El gobierno actual no sólo se diferenciaría de la cobardía de esos siniestros
personajes, sino que crecería enormemente en su prestigio político y como
administración que garantiza los derechos humanos. Hoy, este 19 de febrero en
que se cumplen 7 años de esos hechos bochornosos e inolvidables, los
accionistas, directivos, socios y cómplices de Larrea y Grupo México, entre los
cuales se encuentra algún expresidente, deben estar escondidos para no mostrar
la cara de cinismo y vergüenza que eternamente llevarán. Hasta ahora, nada ni
nadie los ha hecho reaccionar, porque se sienten protegidos y dueños del mundo
de fantasía y corrupción en que han convertido a nuestro gran país. Por el
contrario, les han permitido esconderse en la impunidad, corrompiendo
periodistas y medios de comunicación, abogados mercenarios, jueces, cámaras
empresariales como la minera o la del acero, políticos y extrabajadores
vendidos y sometidos de la manera más vulgar y corriente a sus intereses.
En esos medios se ha perdido la dignidad al utilizar gente sin escrúpulos para
pervertir y deformar la realidad y la justicia, en los cuales se promueven linchamientos públicos absolutamente falsos y
calumniosos sin recato y sin ética.
Ellos deben pedir perdón y dar una explicación a las familias, al Sindicato de Mineros,
al pueblo de México y al mundo entero que los observa permanentemente. El
gobierno de hoy tiene que dar una lección de honor y de moral al determinar que
se haga justicia en Pasta de Conchos, caiga quien caiga. Nadie puede o debe
estar por encima del marco legal por muy poderosos que parezcan o se crean, ni
por muchas inversiones falsas que anuncian en su propio beneficio para
impresionar a políticos superficiales, sin revelar los elevados costos humanos
y sociales, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, la
contaminación de pueblos y comunidades, la evasión fiscal y la permanencia de
un sistema de privilegios e impunidades del cual el pueblo de México ya está
cansado y desesperado.
La corrupción, el cinismo y las actitudes demenciales de Larrea y sus socios no
tienen límite, más que el de la fuerza de quienes buscamos que se haga justicia
y la aplicación correcta del estado de derecho por parte del Estado Mexicano.
En Chile rescatados, en México abandonados. Una vergüenza permanente que
siempre llevarán los responsables en sus conciencias manchadas de sangre
minera. Este Homicidio Industrial como lo califiqué entonces y hoy es
abiertamente reconocido como tal, nunca debió suceder y jamás debe repetirse.
Por ello se requiere un ejemplo digno en la aplicación correcta y de buena fe
de la justicia, por el bien de la educación y de los principios y valores de
las actuales y futuras generaciones.